Desde el año 2013 que se elabora la lista de las 50 empresas más disruptivas a escala global (CNBC, 2019) la agricultura no figuraba siquiera en la relación. Pero, ¿qué ocurre cuando un grupo de emprendedores se formulan interrogantes como las siguientes?

  • ¿Qué pasaría si las bacterias y hongos que viven de forma natural en y cerca de las plantas, pudieran ayudarles a protegerlas de una variedad de tensiones que incluyen sequía, calor, sal, frío, deficiencias de nutrientes, insectos y patógenos microbianos?
  • ¿Hay alguna forma de descomoditizar la agricultura para que los agricultores puedan obtener un pago por calidad y sostenibilidad y no solo por cantidad?
  • ¿Por qué no todos los consumidores tienen acceso a alimentos saludables y nutritivos? (Afshin, et al, 2019).
  • ¿La agricultura debe ser causa del Cambio Climático o puede ser parte de la solución? (IPCC, 2019)1.

En busca de respuestas a estas cruciales interrogantes y con el propósito de encontrar “una mejor manera de alimentar al planeta” sin tener que elegir entre rentabilidad, sostenibilidad y salud pública, estos emprendedores crearon una empresa en 2014 bajo un modelo de negocios basado en el microbioma de las plantas y la inteligencia artificial. Pusieron el foco en la creación de productos y servicios basados en datos que ayudan a optimizar la salud de las plantas, aumentan los rendimientos en más de un 10% y reducen gradualmente la mitad del fertilizante de síntesis química y hasta el 90% los insecticidas y fungicidas químicos, además de brindar la oportunidad de acceder a un mercado premium para granos con alto contenido de proteínas, aplicación reducida de nitrógeno y menor huella de carbono, gracias al manejo del almacenamiento en origen, logística de suministro y uso de nuevas tecnologías de software como blockchain que facilita preservar la identidad del campo a la mesa y hacer coincidir perfiles específicos con la demanda del comprador. Un modelo de esta naturaleza les ha permitido acceder a capital por más de 600 millones de dólares para invertir e innovar, emplear a 650 personas en seis diferentes países, 60 de los cuales trabajan en investigación y desarrollo (25 con doctorado y 17 con maestría), y aspirar a alcanzar ventas por mil millones de dólares con 25 mil agricultores que producen en cuatro millones de acres para 2019 (Ver IndigoAg y Sonnenburg et al., 2019)2

Y en el campo de la ganadería, estas mismas interrogantes han sido retomadas por emprendedores que han creado por lo menos 16 empresas que ya han logrado reunir capital por más de 16 mil millones de dólares para crear modelos de negocio cuya propuesta de valor central consiste en “reemplazar a los animales del sistema alimentario” bajo el argumento del bienestar animal y una menor huella ecológica, al requerir 4.5 veces menos agua, emitir 3.5 veces menos gases de efecto invernadero y demandar 99 veces menos tierra para producir una libra de “carne” bovina (Cbi,2019). Resultados similares se han obtenido para las llamadas “leches vegetales” que en términos de impacto ambiental y sostenibilidad -aunque por lo pronto no necesariamente nutricional- son superiores a la leche de vaca (McClements et al, 2019). En este mismo sentido están trabajando los emprendedores de Chirps, Exo, Bitty, Crik nutrition, Entomo farms, Chapul y Aspire que han incursionado en la producción de proteína a base de insectos agrícolas, los cuales contienen los nueve aminoácidos esenciales y usan de 50 a 90% menos tierra por kg de proteína, 40 a 80% menos alimento por kg de peso comestible y producen 1,000 a 2,700 g menos GEI por kg de ganancia de masa, en conparación a la proteína del ganado convencional (Payne, et al, 2016; Nonaka, 2016; Dada, et al, 2016).

Si bien “la carne” producida a base de plantas o cultivada en laboratorio ha logrado gran aceptación comercial a tal grado de no distinguirla de la tradicional, aún es 10 veces más cara, pero las grandes inversiones realizadas en investigación y el escalamiento esperado ante la gran demanda, seguramente se traducirán en menores costos que permitirán robarle (sin necesariamente desaparecerla) una gran cuota de mercado a la ganadería tradicional3, sobre todo por el segmento de consumidores que deciden sus hábitos de consumo impulsados por motivaciones morales y pro-sociales (también llamados climatarians), sin descartar a los que lo hacen por aversiones y restricciones (Rosenfeld & Burrow, 2017)4.

Formularse preguntas de esta naturaleza y diseñar empresas con modelos de negocio para validar su respuesta y viabilidad, ha permitido a estos emprendedores ingresar a la lista de las 50 empresas globales más disruptivas, hasta llegar a ocupar la primera posición en 2019 -IndigoAg, antes Symbiota- o la 27 -Impossible Foods. Su irrupción en el sistema alimentario no sólo representa una amenaza para los actores tradicionales como los involucrados en la industria de los agroquímicos y la ganadería convencional, sino también una oportunidad para visualizar las nuevas oportunidades que ello representa, tanto para los complementadores que suministran bienes y servicios en forma de conocimiento, como para los países productores y exportadores de alimentos y bebidas.

Así, países líderes en la producción y comercio global de alimentos, como Nueva Zelanda (que cuenta con uno de los sistemas alimentarios menos subsidiados en el mundo y fuertemente concentrado en la producción a pasto de proteínas de origen animal), ya ha emprendido acciones de monitoreo sistemático de los mercados con la finalidad de identificar las perspectivas y los efectos de sustitución de las proteínas animales por vegetales y a partir de ello formular de manera anticipada una estrategia de diferenciación y posicionamiento en el lucrativo y dinámico mercado de la proteína vegetal sin OGM, pero sin descuidar a la proteína animal, tal como ya lo han hecho con la leche de proteína beta caseína del tipo a2 (MPI,2019 a,b).Con ello buscan seguir siendo “la fuente más confiable de productos naturales de alto valor en el mundo” y cuidar al sector que representa 75% de sus exportaciones totales de mercancías.

Ante un contexto de esta naturaleza, ¿acaso no resulta imperiosa la necesidad de repensar una profesión como la de los agrónomos cuya formación ha estado orientada a la enseñanza y práctica de la explotación de la tierra, y no hacia la gestión intensiva del conocimiento y la innovación con miras a contribuir a practicar la agricultura de una manera que sea más beneficiosa para los agricultores, los consumidores y el medio ambiente?

En todo caso, si los ejemplos de empresas y sus modelos de negocio enunciados líneas arriba no fueran considerados como referentes válidos del nuevo paradigma del sistema eco-agroalimentario, ya existe suficiente evidencia que da cuenta de que para alimentar (de manera sana y sostenible) a los cerca de 10 mil millones de personas previstas para 2050, 68% de las cuales vivirán en zonas urbanas, se requerirá producir 56% más de alimentos, sin perder de vista la necesidad de mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los 2oC (WRI, 2019). La iniciativa TEEB AgriFood de la ONU estima que al ritmo actual, la degradación de los suelos causará la pérdida de entre 1 y 2 millones de hectáreas de tierras agrícolas al año, y que, para 2050, el 40 % de la población mundial vivirá en zonas sometidas a un estrés hídrico grave” (ONU, 2019).

Ello implica replantear el modelo tipo revolución verde basado en nuevas variedades de cultivos y razas de ganado, combinadas con un mayor uso de fertilizantes inorgánicos, pesticidas manufacturados y maquinaria, pues la creciente evidencia disponible plasmada en la figura 1 sugiere que, en efecto, los alimentos más dañinos para el ser humano lo son también para la tierra (Clark et al.,2019), lo cual da cuenta de cómo la salud humana y la salud de nuestro planeta están tan estrechamente conectados a través de la agricultura.

Así, ya no puede seguirse ignorando lo que bien advierte Yuval Noah Harari (2019) en su libro De animales a dioses: “la esencia de la revolución agrícola (además de la urbanización y sedentarismo) ha sido su capacidad de mantener a más gente viva en peores condiciones”. Y prueba de ello está en los elevados índices de obesidad y sobrepeso a nivel global (30 de cada 100), destacando que 70% de los adultos obesos vive en países de ingreso bajo/medio y 55% del aumento de la obesidad se ha registrado en zonas rurales (FAO, 2019; BM, 2020). Hoy en día, comer mal, sea poco de algunos alimentos o mucho de otros, está relacionado (conservadoramente) con 11 millones de muertes en el mundo al año, una quinta parte de todos los fallecimientos que ocurren en el planeta cada año y superior a las defunciones por tabaco, cáncer e infartos (Afshin et al, 2019). Esto significa que a la par de poner el foco en impulsar la Intensificación  Productiva  Sostenible  (IPS)  para  producir  más  alimentos, también deben realizarse contribuciones positivas a la salud humana, lo cual implica abandonar el modelo agrícola actual que sacrifica la densidad nutricional de los alimentos (dado el descenso observado en proteínas, calcio, fósforo, hierro, riboflavina y ácido ascórbico debido al vaciamiento de los suelos por la práctica de una agricultura extractiva tipo minera) y a la vez externaliza las repercusiones ecológicas, económicas y sociales de esta actividad (ONU, 2019).

Figura 1. Asociación entre el impacto de un grupo de alimentos en la mortalidad y su impacto ambiental relativo promedio.

No obstante el potencial que aún existe para aumentar productividad, sobre todo bajo ambientes controlados (tanto de cultivos hortofrutícolas como de microalgas), los diferentes escenarios formulados sugieren que la IPS por sí sola resulta insuficiente, además de insostenible, para garantizar el suministro de alimentos que la humanidad requerirá para 2050; adicionalmente se necesitaría transitar por otras tres vías complementarias cuyo foco está más en la demanda que en la oferta, a saber (Foley et al, 2011; Poore & Nemecek , 2018; WRI, 2019; IPCC,2019; ONU,2019): reducir las pérdidas postcosecha de alimentos (ii)6, adoptar dietas más equilibradas que incluyan alimentos de origen vegetal, como los basados en granos gruesos, legumbres, frutas y verduras, nueces y semillas, y alimentos de origen animal producidos en sistemas intensivos con bajas emisiones de GEI, como la carne de ave, cerdo, pescado y de insectos (iii)7, restaurar suelos y reforestar tierras degradadas y liberadas gracias a la implementación de las tres vías anteriores (iv).

Por tanto, al igual que el desafío que impone la irrupción de empresas como IndigoAG e Impossible Foods, el abordaje de estas cuatro vías exige un profesionista de la agronomía con una visión y capacidades para gestionar intensivamente el conocimiento y la innovación en pro de un sistema alimentario que a la par visualice y emprenda mejoras en la rentabilidad agropecuaria, la sostenibilidad ambiental y la salud humana. Es decir, se requiere un Agrónomo con una nueva identidad y capacidades para Producir, Proteger y Prosperar en la agricultura: ¡todo al unísono!

Y finalmente, si los dos planteamientos anteriores no resultaran aún suficientes como para repensar seriamente la profesión del agrónomo, la propia realidad laboral de los egresados de una de las Universidades líderes en Agronomía (como Chapingo) dan cuenta de la necesidad de “Crear o morir” y lanzar el grito de advertencia del “¡Sálvese quien pueda! (Oppenheimer: 2015, 2018), sobre todo en un contexto de disrupción tecnológica, cambio climático y de un profundo replanteamiento del Estado y de sus políticas hacia el campo.

En efecto, resulta por demás contrastante observar el mundo laboral del conjunto de los mexicanos que conforman la Población Económicamente Activa con el de los egresados de la Escuela Nacional de Agricultura, hoy Universidad Autónoma Chapingo. Mientras la gran mayoría de los mexicanos (90%) laboran en y para empresas y negocios o en el sector de los hogares, ya sea en el ámbito informal, en el trabajo doméstico remunerado o practicando la agricultura de subsistencia (Enoe-Inegi, 2018)(20), 54% de los chapingueros laboran directa e indirectamente en y para el gobierno y sus dependencias o en programas gubernamentales destinados al campo, principalmente como extensionistas (Anech, 2018)8 o como personal técnico de organizaciones que recibían subsidios para operar y contratar sus estructuras técnicas, tal como se muestra en el siguiente gráfico.

Considerando que esta evaluación se hizo antes de la entrada en funciones del gobierno de AMLO, se estima que a raíz de las fuertes medidas de austeridad y la canalización de los subsidios directamente a las familias sin intermediarios, amén de la fuerte reducción del gasto público en dependencias otrora empleadoras de agrónomos (como la Sader, Conagua, Conafor, Conaza, Banca de Desarrollo), se estima que el desempleo abierto entre los Chapingueros pasó de 9% antes de la 4t a cerca del 30% después de la 4t, y difícilmente volverá al estado anterior, sobre todo porque se ha reforzado la orientación del gasto público hacia bienes privados -léase transferencias directas-, ello a pesar de la creciente evidencia de su reducida eficacia para incidir en el desarrollo y el combate de la pobreza en el largo plazo (Ver Muñoz, et al, 2018).

En qué trabajan los egresados de Chapingo (antes y después de la 4t)

Por tanto, los nuevos agrónomos que están egresando de esta Universidad, y seguramente los de otras Universidades, ya se enfrentan -y en realidad así ha sucedido desde finales de los ochenta- ante lo que el eminente sociólogo Zygmunt Bauman llama la modernidad líquida, es decir, son testigos de cómo los pilares sólidos que apuntalaban la identidad del viejo agrónomo -un Estado fuerte y un empleo indefinido- se han ido licuando hasta dar lugar a un profesionista de la agronomía acongojado por la zozobra del inminente desempleo o de obtener un empleo caracterizado por la incosistencia y la precariedad laboral permanente, dada la tendencia de los empleadores a evadir hasta las más mínimas responsabilidad hacia sus trabajadores ante la generalización del modelo de uso de contratistas (outsourcing) o el modelo de trabajo en multitud o microtrabajo (Newman, 2019).

Esta situación, sin embargo, no es privativa de los agrónomos, pues de acuerdo con la firma de capital humano ManpowerGroup, el 46% de las personas desempleadas en México cuentan con estudios de educación media y superior. Y de hecho, uno de cada cinco menores de 24 años que busca trabajo no lo encuentra y la mayoría de quienes son contratados sufren condiciones precarias: informalidad, salarios bajos en relación con el costo de la vida, escasa estabilidad en el empleo y sin apenas programas formativos por parte de su empleador.

En realidad, esta situación de precariedad laboral para la profesión agronómica se ha estado incubando en los últimos 35 años y coincide con la mediocridad del crecimiento económico de nuestro país y con las recurrentes crisis y recesiones económicas ocurridas en México. Los que ingresamos a la carrera en los setenta y egresamos a principios de los ochenta, fuimos testigos de la abundancia de ofertas de trabajo, muchas de ellas en el otrora poderoso aparato estatal. Había oportunidades en virtud de que desde el periodo 1940- 1982 la economía crecía a un promedio anual del 6%, pero desde principios de los ochenta no hemos crecido a más del 2% y el aparato estatal en el agro y en la economía toda se ha ido achicando hasta casi desaparecer.

Promedio de crecimiento anual del PIB por sexenio y al primer año de la 4t (1940-2019)

La evidencia sugiere que los efectos laborales y salariales de graduarse de la Universidad en un contexto de malas condiciones económicas son considerables en el mediano y largo plazo para la mayoría de los graduados universitarios. Al verse en la necesidad de emplearse en condiciones laborales y salariales menos atractivas y al dedicarle un tiempo valioso a invertir en el desarrollo de habilidades de bajo valor de uso, estas primeras experiencias profesionales ejercen una influencia duradera en la carrera profesional de las personas al actuar como una impronta, toda vez que ocurren al comienzo de la carrera de un agrónomo, periodo muy sensible e importante porque representa una transición crítica del mundo de la educación al mundo del trabajo (Kahn, 2010; Oreopoulos, et al,2012; Marquis&Tilcsik,2013).

Por tanto, ¿acaso no debería repensarse seriamente la profesión del agrónomo ante la inexorable reducción de la principal fuente de empleo y ante los cambios y desafíos que impone el entorno? Al respecto, dos estudios adicionales dan cuenta de la magnitud de los cambios previstos en el mercado laboral y en la agricultura. El primero fue realizado por la empresa de recursos humanos Randstad (2019) y revela que 85% de los trabajos que tendremos para 2030 no existen aún. El segundo fue realizado por el Banco de México (2019) con el propósito de evaluar la probabilidad de automatización del empleo, definida como la sustitución de procesos productivos que se realizan, parcial o totalmente, con intervención humana, por técnicas de producción en las que se utilizan equipos controlados por computadora; los resultados indican que el sector de actividad con la más alta probabilidad de automatización es la agricultura, cría y explotación de animales, aprovechamiento forestal, pesca y caza, con 97.8% de probabilidad. La creciente escasez de mano de obra, el inexorable envejecimiento de la población rural y el carácter rutinario de muchas actividades (como la siembra, el control de plagas y malezas, la fertilización, el riego, la cosecha…) se constituyen en fuertes impulsores de la automatización. De hecho, una empresa japonesa ya ha lanzado al mercado el primer tractor autónomo capaz de realizar trabajos en el campo por su cuenta, sin la necesidad de vigilarlo y ayudarlo.

Ya existen “campos”, tanto en el ámbito rural como en el urbano y periurbano, que son verdaderos centros tecnológicos con ayuda de la inteligencia artificial, Internet de las cosas y conocimiento sacados de los laboratorios, lo cual hace posible que a través de sensores se controle la luz artificial, los nutrientes, el dióxido de carbono y la temperatura de cultivos sin tierra y se alcance una productividad cien veces mayor en comparación con los métodos convencionales y con 90% menos agua. Asimismo, cada vez se utilizan más drones en tareas como la fumigación y ya están en desarrollo diversos tipos de robots capaces de ayudar en varias etapas de la agricultura, desde la siembra hasta la cosecha en varios cultivos (Invdes, 2019). Gracias a ello, se logrará atraer a los jóvenes que tienen poco interés en trabajar directamente en el campo, pero a los que sí les gusta la tecnología, tal como lo reseña de manera muy elocuente un revelador reportaje del New York Times para un grupo de agroemprendedores millénials en África que buscan hacer de la agricultura una actividad más atractiva y sostenible9. O como lo hicieran un par de jóvenes valencianos con una huerta heredada del abuelo a la cual transformaron en una empresa exportadora de naranjas a 15 países europeos a través de un “modelo de apadrinamiento” tipo crowdfarming consistente en convertir a los clientes en agricultores virtuales10. Este modelo ya opera en miel de abeja, leche de vaca, aceite de oliva, garbanzos, espirulina, entre otros, tal y como se puede constatar en sitios como el siguiente: www.grupoagrupo.net.

Todo esto sugiere la necesidad de repensar muchas de las profesiones que hoy en día conocemos, entre ellas la de agrónomo, pues el manejo de estas nuevas tecnologías (y el propio cambio climático) harán necesario el desarrollo de un conjunto completo de servicios dedicados a la producción agropecuaria, hoy casi inexistente en la mayoría de los países, aunque ya en proceso de desarrollo (Piñeiro & Elverdin, 2019). Al respecto, algunos países de América Latina como Argentina, Brasil y Chile ya están creando los ecosistemas que favorecen el surgimiento de emprendimientos relacionados con las denominadas Agtech: uso de sensores remotos, geolocalización, tecnología móvil, inteligencia artificial (IA), Big Data, Blockchain y robótica: el 84% de los emprendimientos en curso están ocurriendo en estos tres países vs solo 2.6% en México (BID,2019).

El riesgo de no acelerar el paso queda de manifieto en el estudio “El impacto de la IA en el mercado laboral en México” realizado por la firma internacional de consultoría Ducker Frontier para Microsoft (2019), según el cual el impulso de la IA podría cuadriplicar el aumento de la productividad laboral e incrementar el PIB de México hasta un 6.4% en 2030. Y si bien nuestro país se encuentra en una fuerte posición para acelerar la adopción de IA y para satisfacer las necesidades de capital humano, también corre el riesgo de no hacer equitativos esos beneficios para toda la sociedad debido a su posición relativamente más débil con respecto a su capacidad para garantizar igualdad en el acceso a la educación superior y a las nuevas tecnologías para todos los grupos de población, sin importar ingreso, género o ubicación.

Lo anterior queda de manifiesto con el lanzamiento de la solución tecnológica Atffarm, la cual mediante la telemetría satelital permite conocer los requerimientos de fertilizante nitrogenado. En efecto, una vez que se accede a la plataforma en forma gratuita, se visualizan fotografías satelitales de cada parcela y a través de un algoritmo llamado Nsensor, se mide la variabilidad de la biomasa del cultivo y la relaciona con la cantidad de nitrógeno necesario, evitando con ello aplicar de forma uniforme. No obstante que el algoritmo puede medir desde 25 m2 hasta una extensión ilimitada de hectáreas, el acceso a Internet es una limitante para muchas regiones de México, en donde sólo cuatro de cada diez personas en entornos rurales tiene acceso a la red según la Encuesta Nacional Agropecualia de INEGI-2017.

Precisamente, la mayoría de estas tecnologías son la base de los productos y servicios de la empresa agrícola más disruptiva a nivel global, IndigoAg, pues su núcleo está en la plataforma de biología computacional, misma que fue diseñada gracias al avance en la secuenciación del ADN, la potencia informática y las herramientas de análisis de datos que ahora permiten un enfoque científicamente riguroso para identificar los microbios que la naturaleza diseñó para beneficiar a las plantas. Esto ha permitido secuenciar decenas de miles de microbios que viven dentro de las plantas y desarrollar algoritmos que predicen qué microbios serán más beneficiosos y en qué situaciones. Y a medida que se generan datos provenientes de experimentos de laboratorio, invernadero y ensayos de campo en condiciones del productor (dotado de tecnologías como sensores, estaciones meteorológicas, tecnologías de mapeo de suelos, drones y satélites para subdividir las granjas en miles de experimentos distintos y evaluar el rendimiento de nuevos productos, prácticas agronómicas, equipos agrícolas y las muchas decisiones que los productores toman cada año en condiciones del mundo real), se usan para refinar los algoritmos…y así sucesivamente.

La irrupción de todas estas tecnologías y la evidencia de su puesta en práctica, es lo que permite vislumbrar la esperanza de que la humanidad esté transitando hacia un paraíso tecnológico, más que hacia el desastre ecológico. Aunque a decir del historiador Yuval Noah Harari…”nos hallamos en el umbral tanto del cielo como del infierno, moviéndonos nerviosamente entre el portal de uno y la antesala del otro. La historia todavía no ha decidido dónde terminaremos, y una serie de coincidencias todavía nos pueden enviar en cualquiera de las dos direcciones”.

Por lo pronto, para Indigo, un enfoque de esta naturaleza permite cambiar la inercia de investigación y experimentación dominante en la agricultura moderna, la cual se basa en el mejoramiento de semillas, fertilizantes sintéticos, productos químicos para cultivos y rasgos genéticamente

modificados (OGM) que implican la inversión de varios cientos de millones de dólares en tiempos que van de 10 a 15 años en pruebas bajo condiciones muy uniformes (llamadas ensayos de campo en parcelas pequeñas) con el fin de mostrar resultados que resultan ser poco relevantes para los campos de agricultores reales, además de limitar severamente la velocidad de innovación, lo que obliga a mantener productos sub óptimos en el mercado por más tiempo del necesario. Los productos de Indigo, por el contrario, se desarrollan entre uno y tres años a un costo sustancialmente menor y se actualizan cada año. Tanto es el nivel de confianza en el valor agregado de sus productos, que en lugar de pedirles a los agricultores pagar por adelantado el tratamiento de sus semillas, se les pide pagar una cantidad fija por acre después de la cosecha, siempre que vean una mayor producción y el retorno de una prima por diferenciación (Ver blog de IndigoAg).

El mismo enfoque de innovación disruptiva de Indigo se observa en la empresa Provivi creada por la Premio Nobel de Química Frances Arnold, al desarrollar métodos naturales para producir feromonas que produce la propia naturaleza y que al ser liberadas se confunde a las plagas (como el gusano cogollero del maíz) evitando su apareamiento.

En el ámbito de la agricultura mexicana, no son pocos los actores que ya han internalizado estas tendencias y empiezan a actuar en consecuencia. Por ejemplo, recientemente un productor-socio y directivo de una pequeña cooperativa jaliscience señaló algo obvio, tan obvio que no se nos había ocurrido verbalizarlo: “Antes, el que no servía para estudiar se quedaba en el campo; hoy, para quedarse en el campo, hay que estudiar”. Lo anterior fue expresado justamente porque ya se ha tomado nota de la complejidad del mundo global, interconectado y en proceso de digitalización, lo cual precisa más conocimiento que nunca para la mayoría de las actividades. Y la agricultura no es una excepción. A los conocimientos técnicos sobre el cultivo, los bosques o los animales, hay que sumar los económico-financieros para la gestión empresarial de la explotación, y ahora también los relacionados con las tecnologías de la información que se aplican o se van a aplicar al entorno agropecuario para la mejora de los procesos y gestionar la incertidumbre ante el cambio climático.

Para los agrónomos, ya no les resultará suficiente vanagloriarse de haber egresado de tal o cual Universidad. A diferencia del pasado, cuando más de la mitad de los agrónomos eran contratados por el Estado y sus organismos sin mediar más méritos que haber estudiado en esta o aquella Universidad y estar bien formados técnicamente en sus áreas de conocimientos llamadas habilidades duras-, ahora, ¡también!, será más apremiante la inteligencia emocional, es decir, las habilidades para manejarse a sí mismos y sus relaciones con eficacia, lo cual implica dominar cuatro capacidades fundamentales: autoconciencia, autogestión, conciencia social y habilidades sociales. Y cada capacidad, a su vez, comprende un conjunto específico de competencias, tal como se muestra en la tabla 1.

Considérese, sin embargo, que estas habilidades no se enseñan en los sistemas de aprendizaje actuales, se adquieren mediante la práctica, la experiencia y en largos períodos. Esta situación plantea la necesidad de acelerar el aprendizaje basado en la experiencia y cambiar el foco de la Universidad hacia las personas, es decir, incentivar a cada persona para que desarrolle una combinación más amplia de habilidades, en lugar de apuntar solamente al resultado de la Universidad en términos de cantidad de graduados o certificaciones (Accenture, 2019).

Tabla 1. Dimensiones de la inteligencia emocional.

Estamos ante lo que el filósofo italiano Antonio Gramsci llamó un interregno: la antigua forma enseñar y de hacer las cosas ya no funcionan, pero aún no hemos encontrado y consensuado el nuevo modelo educativo de cómo formar a los agrónomos. Estamos ante un vacío entre las reglas que ya no sirven y las que aún tenemos que imaginar. El verdadero debate está, y estará, en cómo llenar este vacío. Ojalá encontremos pronto la forma de llenarlo, y para ello se requiere capacidad para dialogar, escuchar y humildad para aceptar que se puede enriquecer el punto de vista propio. Es momento de abandonar los discursos cómodos y la descalificación (en automático) del otro que no piensa como yo. Es momento de abandonar la actitud de eludir la responsabilidad moral de preocuparse por nuestros estudiantes y futuros agrónomos.

Los que ya somos profesores, empresarios, empleados y gozamos de un estatus que no tendrán los jóvenes de hoy, debemos reconocer la inminente posibilidad de que al egresar se enfrentarán a esa modernidad líquida que los ahogará en el desempleo y la deseperanza porque fueron formados para una realidad inexistente. Y si bien para el sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos el emprendedurismo le da glamour a la precariedad, lo cierto es que si los futuros agrónomos se piensan de igual a igual como un mexicano promedio, el 90% terminará trabajando en calidad de asalariados en una empresa o de empleador para sus pares. ¿Dónde queremos que estén?. Y la pregunta para los que ahora estudian sería: ¿dónde quieren estar en un futuro?. Es momento de emprender y asumir el reto de contribuir al crecimiento sostenible e incluyente de nuestro país. ¡No hay otro camino! ¡Ya no esperen más!

En suma, es momento de repensar nuestro futuro, y ello implica decidir entre tensiones y alternativas subóptimas en un mundo complejo donde la incertidumbre es la regla. Ante necesidades crecientes, tiempo escaso y racionalidades limitadas, la comunidad Universitaria debe centrar sus esfuerzos en aquellos aspectos clave para la supervivencia y desarrollo en un contexto global (Acosta et al, 2016).


Manrrubio Muñoz Rodríguez y Dolores Gómez Pérez
Universidad Autónoma Chapingo-CIESTAAM
-Febrero, 2020-
manrrubio@ciestaam.edu.mx


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7 Comments

Juan Artemio · 05/03/2020 at 09:40

La UACh debe formar agrónomos con tierras, o en su defecto, buscar aspirantes relacionados con quienes tienen unidades de producción, con enfoque de hacerlas producir, llámese indígenas o terratenientes, sólo así seguirá la razón de ser de la universidad.

    Olmo Axayacatl · 06/03/2020 at 17:20

    Hola Juan. Es interesante tu comentario. Sin duda me parece una perspectiva interesante, que se podría analizar desde varios puntos de vista. Aunque personalmente creo que se le quitaría la oportunidad a muchos aspirantes que podrían ser buenos profesionistas en un futuro. Saludos.

Aquiles Bazan Cosio · 07/04/2020 at 20:56

Es interesante ver como hay profesores que en su vida han producido un pepino, que en su vida han dado asistencia técnica a productores, que en su vida han innovado en algún método de producción o tecnología que en verdad ayuda a la productividad o sustentabilidad, hablar del campo y la productividad como verdaderos expertos. Hay muchísimas situaciones en el campo que estas personas no saben, no han vivido, y por tanto, no me parecen las personas más adecuadas para opinar, pero en fin, allá ustedes con sus especialistas. Estuve a un paso de entrar a su curso pero al leer en esta entrada a su capacitador, se me fueron completamente las ganas.

    Cuauhtémoc Vázquez · 13/04/2020 at 14:54

    Muy Respetable tu comentario Aquiles, en la SMEAP somos plurales y aceptamos todas las opiniones. También nos hemos puesto como propósito identificar a los expertos en temas relacionados con el sector agroalimentario en sus diferentes dimensiones además de la técnica. Nuestros espacios están abiertos para quien tenga algún tema que desee compartir con gusto lo planteamos. Gracias por visitar nuestra página.

Juan Ruiz · 24/07/2020 at 08:35

¡Hola!, buen día.

Me parece extraordinario, como se puede aplicar la tecnología en el campo, éste sector que durante varios años fue olvidado siendo la principal fuente de alimentación. Como sugerencia, este tipo de proyectos deben ir de la mano más que con apoyos gubernamentales, con proyectos relacionados con Sociedades Cooperativas en donde se encuentran socios dedicados a la actividad agrícola, porcina o ganadera. Como bien se sabe, las Cooperativas presentan una fortaleza porque la gente de nivel medio a bajo, sobre todo, mantienen una confianza mucho mayor que con instituciones bancarias.

Nancy · 08/07/2021 at 17:18

Hay oportunidades para realizar el servicio social en instalaciones del SMEAP?

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